jueves, 26 de agosto de 2021

El Postismo revisitado


Portada de la revista Postismo


En el puro estado de alarma, del año pasado, sobraba mucho tiempo. Entonces, en un periquete volví a leer los cuatro manifiestos del Postismo. El Tercer Manifiesto tiene un apoteósico final, jugando espléndidamente con la redundancia de sonidos que refuercen el sentido y reuniendo en un apretado y desenfadado fragmento las excelsas singularidades propugnadas en los nítidos postulados de la teoría postista:

“La Trinaeria, usual emblema de Sicilia -y de alguna otra isla- es el signo electo del Postismo. El número 3, y su raíz 'tri', como toda trinidad, la Trimurti, un tridente, las palabras tris, trineo y trigue (tigre), la tripa (con correspondiente ombligo, sede, como se sabe, de la sabiduría oriental, por no por nada los postistas localizamos la fuerza creatriz en 'tres' partes: cerebro, corazón y abdomen, tal vez estómago, de donde su principal fuente, el subconsciente, se halla en el estómago, apodícticamente 'tripa'), por lo que sumamente postista resulta el infantil trabalenguas o triquitraque de 'un tigre, dos tigres, tres tigres'. ... Nosotros: 'El alma sensible en el nervio trigémino'...”.

Abrí de nuevo algunos libros capitales que recogen la poesía de los dos postistas más importantes: Eduardo Chicharro Briones y Carlos Edmundo de Ory. Del primero, releí, entre otras composiciones (de La plurilingüe lengua, Tetralogía o Música celestial) su, de Cartas de noche, “Carta de noche a Carlos”, naturalmente dedicada a Ory. Chicharro era mucho mayor que Ory, mucho más sabio al conocerse ambos; lo que no le impidió declarar al poco: “Fui su maestro; con el tiempo, él lo fue mío”. Esta carta nocturna se abre con estos versos tan resolutivos y seductores:

“Carlos yo te escribo trece trenes
trinos trece te estremece
y te envío mecedoras
a tu casa.
Que tu casa es una cosa
que no pasa.
En el filo sutilísimo te escribo
del estribo.
Puesto el pie en el mismo digo
como sigo por el hilo de tu higo
en el higo sutilísimo que sigo.
De mi casa a la tu casa sigo sigo
enviando mecedoras rutilantes.
Por la noche duermo, sueño, como, orino,
sueño papa manos pone tuyos hombros
cara tiene nívea cera transparente
gesto ambiguo de sus labios mucho temo
pasan cabras por sus ojos, dame leche
y en un coche por la estrecha remolacha
por los siglos de los siglos que me orino.”

Al final de esta sorprendente comunicación poética hallamos estos versos tan innovadores: “Sigo enviándote mecedoras, / cuídalas, límpialas, pómpalas, / góndolas, lámparas, ordéñalas, / albérgalas en tu pecho”.

Los recursos y tropos de este poema son múltiples. Está movido por la emoción; y la emoción, según el Manifiesto del Postismo (primer manifiesto, firmado exclusivamente por Eduardo Chicharro), es un movimiento repentino del ánimo, teniendo en cuenta, además, que la imaginación que contiene se sitúa en el entorno vital de la creación postista. En este largo texto, vemos que, siempre citando la teoría expuesta en el primer manifiesto postista, “la poesía lo mismo nace de la idea que del sonido”, gracias a la libérrima utilización tanto de conceptos como de expresiones, mezclando ambos a través de una feliz osadía: “¿He de decir que me canso, que de cansar estoy vivo? / ¿O he de decir que me vivo, que de vivir estoy canso?”. En sus agitadas cláusulas se produce, de modo muy visible, el poder ascensional de la palabra, despojándose del significado convencional y repleto de un vigor enigmático dotado de profundas raíces.

En su dinámico discurso encontramos, desde el comienzo, numerosas figuras: aliteración (“trinos trece te estremece”), voces parónimas que se combinan también aliteradamente (“que tu casa es una cosa que no pasa”), cacofonías (“En el filo sutilísimo te escribo del estribo. Puesto el pie en el mismo digo como sigo por el hilo de tu higo en el higo sutilísimo que sigo. De mi casa a la tu casa sigo sigo”), acusados hipérbatos (“sueño papa manos pone tuyos hombros”), combinación de hipérbato y encabalgamiento (“¿No ves Carlos por la noche tú también un portero con al hombro una escopeta?”), etc. Pero lo que llama poderosamente la atención es la seductora alteración de categorías que se da al final del poema, convirtiendo atractivamente sustantivos en verbos: “pómpalas”, “góndolas”, “lámparas”.

“En la casa de hermanubis
-¡papay qué cómplice el viento!-
un adúltero dios ópimo
cortó a la estela su pelo
de luz y en los malecones
qué onocrótalos de incendio
en la cratera de tierra
con un celeste licor
de tamarisco infinito
La luna cambió en amores
siempre con cabello negro
iba y venía del mar
al mar con espejos dentro
El duende en el caracol
con la oreja del ofidio
Allí los vio dos hoplitas
solemnemente cambiándose
el mismo caudal callado
solos con secretos verbos
La esponja sin crin ni ojos
junto a los dos peces épicos
dejó clavada en la arena
su cola y dejó su estómago
Los dos estaban mirándose
y eran sólo un universo”

Con estos enfáticos versos arranca el poema “Los dos hoplitas” de Carlos Edmundo de Ory. Para esbozar cualquier análisis de los mismos, ha de acudirse a postulados expuestos en el Tercer Manifiesto, que describe con sumo acierto el haz de caracteres fundamentales de la producción postista, destacando el juego imaginativo, el imperio de la forma, un decorativismo rítmico-musical, una exaltación expresiva sensorial (“Nuestro horóscopo es la sensación”, proclama este manifiesto). Todo ello llevado por un afán de creación estética muy libre, guiado por la intuición y, en la base de todo, la condición esencial que distingue el movimiento: la euritmia (buen ritmo), que es síntesis y paradigma de toda propuesta postista, y que se puede definir tanto como un dinamismo rítmico o, viceversa, un ritmo muy dinámico.

Aquí Ory, acopiando una redundancia de sonidos que refuerzan el sentido (como habla de su poesía su amigo el poeta Arcadio Pardo), demuestra la plenitud que lleva a cabo el juego postista propugnado en el programa de esta vanguardia. Juego que se materializa en cazar palabras en el aire. Juego que, como proclama el Primer Manifiesto, “está en la espina dorsal de toda obra postista”. El discurso que estos versos exhiben se desarrolla en una “euforia contagiosa”, que se identifica con ese célebre lema de la condición postista: una “locura inventada”.

Al Postismo, contrastando con otras vanguardias, la tradición no le repugna. En realidad, tradición y vanguardia están emparentados. Para la vanguardia, la tradición es el padre al que, freudianamente, hay que matar. La genuina vanguardia siempre es una contestación a la tradición, en el fondo respetuosa con las formas, aunque a priori no lo pueda parecer. Dijo aquél que toda vanguardia es romántica, paradigma de la más alta tradición, en su día también rebelde con la tradición que había en su entorno. Buena parte de la poesía que se escribió bajo los parámetros postistas son sonetos y romances, o liras, en el caso de Carlos Edmundo de Ory. Cultivaron los integrantes del Postismo un curioso experimento al que denominaron “enderezamiento postista”; consistía en adaptar a los aires de su ismo poemas de otros autores, como Machado, o piezas del folklore tradicional, como realiza Eduardo Chicharro sobre la canción popular “La Pájara Pinta”: “Estaba la Pájara Pinta / sentadita en el verde limón. / Con el pico cortaba la rama, / con la rama cortaba la flor. / Ay, ay, ay, / dónde estará mi amor.” Así queda el enderezamiento efectuado por Chicharro:

“Estaba una pájara instante
florecida en la espera limón,
con la pasa recoge la meca,
con la meca recoge su amor.
¡Ay mi sol!

Estaba un despacio metido
pajarito en un verde belén
con el pico se sube al tejado,
con el sube echa a andar un por qué.
¡Ay mi bien!

Pajaraba una niña pintada
escupiendo en un negro cucú,
a la puerta contaba sus tutes
con, de, en, por, sin, sobre, tras tú.
¡Ay Jesús!

Se pintaba una pájara estando
asomada a la verja la infiel,
con la espera recorta su pena,
con su corta repena el querer.
Ay mujer!

Sentadita en un bosque de pájaros
la miraba su novio el azor
florecer con la hoja, el piquito
hojear…, la arrebata veloz.
¡Ay dolor!

Estabita la pájara estado
donde estuvo estandito no está,
ni recoge ni coge ni deja
al azor lo cogió un gavilán.
Ay mamá!”

El Postismo persiguió insistentemente crear belleza, no abominar de ella, como expresaba el Surrealismo, con el que el Postismo comparte “calefacción común”. El Postismo creyó en la técnica, perfectamente compatible de aplicarla al principio subconsciente de la creación. En el Primer Manifiesto se define luminosamente afirmando que

“El Postismo es el resultado de un movimiento profundo y semiconfuso de resortes del subconsciente tocados por nosotros en sincronía directa o indirecta (memoria) con elementos sensoriales del mundo exterior, por cuya función o ejercicio la imaginación, exaltada automáticamente, pero siempre con alegría, queda captada para proporcionar la sensación de la belleza o la belleza misma, contenida en normas técnicas rígidamente controladas y de índole tal que ninguna clase de prejuicios o miramientos cívicos, históricos o académicos puedan cohibir el impulso imaginativo.”

Reafirmándose en que “la imaginación no tiene más instrumento que la técnica”.

En el verano de 1944 Ory y Chicharro se reúnen en Ávila, en una vasta casa, con magna galería y espacioso jardín, situada en la plaza del Ejército, que Chicharro viene disfrutando por tradición familiar. Raptados por profusos e intensos veneros de inspiración, escriben en colaboración una serie de romances (una treintena), poniendo como título al conjunto Las patitas de la sombra, alocados y sincopados romances en un conjunto que se ha tenido como emblemático de la poesía postista. Chicharro, mayor que Ory, enseñó muchas cosas a su discípulo y amigo. Y una de esas cosas fue detestar a Lorca, respingo muy de vanguardia, aunque luego los dos reconocieron que los romances de Las patitas de la sombra estaban plagados de influjos lorquianos. En el oryano poema “Los dos hoplitas” apreciamos también este influjo. “El niño sigue roncando” es uno de estos romances:

“Duerme su sueño el niño
con abanicos blancos
y ella le da de besos.
En soleares, hijo,
qué bonito es el verso
para el niño dormido.
Empiece usted la solfa
cuando no se oye nada
que el niño ya la ronca.
Esta noche es propicia
y sierra que te sierra
el niño en la cunita.
Cuando lleguen los trenes,
cariño, por la noche,
no tomará su leche
que tiene miedo el nene
que el nene que mi nene,
que la nana mi nene,
que la nona lo mece,
que a la una la luna,
que su mano le envuelve
mientras canta el sereno
que está sereno y llueve
que llueve de puntillas
que llueve que te llueve.”

Se observa que el término con que es bautizado el movimiento carece de lexema, o raíz, y sólo consta de un prefijo preposicional y el tan usado sufijo. Ese vacío es cubierto con ventaja por el valor semántico de una verdad desnuda, aglutinadora y ecuménica (universal). Esta es la primera originalidad del Postismo con respecto a otros ismos portadores de lexema, más cargados de concreción y, por lo tanto, de materialidad caducable (impresion-ismo, cub-ismo, futur-ismo, fauv-ismo, surreal-ismo, etc.). Por tanto, ¿es el Postismo un comodín para el pensamiento y la praxis artística? ¿Es un principio incorruptible? Uno de sus mayores méritos, a nuestro juicio, se establece en que aún conserva un orden vigente, perfectamente aplicable hoy, sin perder una de sus propiedades, a cualquier intento de renovación artística que pudiera surgir. Seguramente que el Postismo sea una vía más que una meta.

Y no hay que dejarse turbar por esa apariencia anecdótica engañosa que el Postismo pueda exhalar a primera vista. A estas alturas ya hay que alertarse ante la tendencia a seguir confundiendo el Postismo con ciertas superficialidades o espejismos que puedan dar lugar a engaños duraderos. Habrá que ser cautelosos al analizar la llamada boutade postista, las anécdotas jocosas acontecidas en la andadura del Postismo como parte de su decurso y el tono juguetón y cadencioso (eurítmico) implantado en sus obras. Todo ello existe, pero sería muy lamentable tomarlo como lo primordial de un estado pasajero que no estuviese dotado de la suficiente trascendencia. Jaume Pont, en su tratado monumental sobre el Postismo, advierte que bajo la máscara del humor postista subyace una tragedia auténtica. Ory, certeramente, define el movimiento postista como entidad dotada de alegría, sí, pero comparando esta alegría con una risa que él califica de risa zen. Y la euritmia, buen ritmo, o esa coruscancia musical que acierta a precisar Félix Casanova de Ayala, no sólo es la estructura dominante en el planteamiento combinatorio de palabras de la creación postista; también ésta conlleva un sentimiento liberador del léxico, que no ha de basarse tan sólo en esa alogia sintáctica que parece ser tan característica de la pieza postista, pues se hunde, asimismo, en una distorsión del sentido, en una imagen obtenida a través de un pensamiento desfigurado; una euritmia o un juego instalado en las estructuras profundas del lenguaje, en el fondo de la obra, aunque su forma pueda ser, incluso, escrupulosamente respetuosa con la norma lingüística. La corroboración de estas suposiciones se puede hallar en el poema de Ángel Crespo "Versos de la oveja", del que cito, ya para terminar, algunos versos: "Cuando la lana del colchón / se acuerda de su oveja, / lo mejor es dormir en las baldosas. (...) Suele ocurrir también, cuando ese pelo / se acuerda de aquel manso animal que tenía, / que intente devorarnos por la noche. (...) Ocurre, pues, que en el aniversario / de la oveja nacida entre las redes / se remueve la lana en los colchones / y muerde a las mujeres en las piernas / y a los hombres debajo de la ropa."

Collage postista de Gregorio Prieto

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