viernes, 15 de enero de 2021

“Biografía: Amo y escribo”, por Casimiro de Brito. Traducción de Amador Palacios


Casimiro de Brito


CASIMIRO DE BRITO. Poeta, novelista y aforista. Nació en el Algarve en 1938. Comenzó a publicar en 1957 y, desde entonces, ha publicado más de 70 títulos, en Portugal y en otras treinta lenguas. Ha dirigido varias revistas literarias, entre ellas los “Cuadernos del Medio Día”, con António Ramos Rosa. Estuvo ligado al movimiento “Poesía 61”. Ha ganado varios premios, nacionales e internacionales, entre ellos el Premio Leopoldo Sédar Senghor de la Academia Martin Luther King y el Premio de haikus de la World Haiku Association. Fue presidente del PEN Club y de la Asociación Europea de la Poesía, de Lovaina. Incluido en más de 200 antologías en Portugal y en el Extranjero. Fue nombrado Embajador Mundial de la Paz, en Ginebra. Y agraciado con la Orden del Infante por el presidente de la República portuguesa. Su poesía completa hasta el 2000 va a ser brevemente editada por Glaciar.

(De la solapa del Livro de Eros ou as Teias do Desejo, publicado en 2020 por Razões Poéticas, siendo el primer volumen -de 1.200 fragmentos; de los primeros cien se han extraído los textos traducidos- de una extensa obra bajo el título genérico Livro de Eros, dedicado al amor)

Si se quieren conocer más traducciones de Casimiro de Brito, se puede acudir a las versiones, por mí realizadas, de sus “Haikús de amor”, publicados por la revista Odisea Cultural.

 



La muerte no existe. Todo es sexo y canto.

Eros es un monte. ¿Alto, bajo? Unos suben, otros bajan. O: unas veces ascendemos, otras veces caemos. E incluso cuando somos dos, una pareja, todavía apasionados, no subimos ni bajamos al mismo tiempo. Y este monte, que llamo Eros, carece de planicie, no hay en él un sitio de reposo, ¡un jardín de las delicias! ¿Instantes de íntimo placer? Eso sí.

Quizá yo pueda ser amigo tuyo cuando salgas de mi vida. Ahora no: te amo y quiero que me ames. Amar es dar lo que se tiene y lo que no se tiene, lo que ni siquiera se sabe que se tiene. Decimos estas cosas, más con gestos que con palabras, cuando deambulamos por los locales sagrados de Astarté, la diosa de la Luna y del Amor y nos bañamos en la cascada que lleva su nombre y donde los amantes del culto del amor se miran, hace milenios, a los ojos. Astarté fue diosa de los navegantes fenicios y corrió por el mundo de esa época en la proa de sus barcos y en sus corazones: ahora yo la traigo conmigo, y me basta mirar al cielo para sentir vuestra fertilidad y el ciclo de la muerte como algo natural.

Atento estoy como un gato a las moscas del amor que pasa.

Poligámico soy, a mi manera: ágape, filia y eros cruzándose, fundiéndose, dispersándose, maravillándome en alegría y sufrimiento.

En la montaña nevada. Estamos cansados o deseamos descansar, sentimiento indefinido de cuerpos insaciables. Ella va a la terraza y viene con las manos llenas de nieve, que derrama en mi sexo y luego en el suyo. Fuego blanco.

Te amo. Quiero decir, Déjame luchar contigo. Vencerte y ser por ti vencido.

Te amo, decimos muchas veces. En varias lenguas. Es que nosotros, los amantes, tenemos poca memoria.

El sexo es un festín; amar, una ceremonia.

Mi deseo, en el amor y en la poesía, es el mismo: aproximarme al canto y al sexo en todo lo que toco. Las palabras raramente se alejan mientras amo - o tal vez sólo cuando la muerte me vive. La pulsación erótica nunca se exilia de mis poemas, de mis aforismos, de mis ficciones, hable del más allá o de las piedras hable; siempre estarán repletas de tensión. Vienen a la cama conmigo. Mi cuerpo quiere fiesta, fiesta, más fiesta. Qué bueno haberme liberado de la monogamia.

Las manos de la mujer en el rostro del hombre, y después en los hombros; las manos del hombre en la cintura de la mujer, y después en las nalgas. Movimientos que casi dejan de serlo, pues parecen, por un momento, parados en el tiempo. Mas después vienen otros movimientos de alegría, los cuerpos se abren y se cierran en espiral, pues varios son los modos de invocar a la muerte, quien ya se aproxima. Se mueve por aquí un simulacro de religiosidad, de cosa mística, una especie de llamada de un desierto más refrescante que un oasis. Cosas afines. Pero siempre el regreso al cuerpo. Las piernas del hombre concentradas en el cristal fascinante; las piernas de la mujer, toda ella abierta, en los hombros del hombre. Resplandecen.

«Cuando él te provoque, ve tras él», dice Khalil Gibran sobre el amor. Otra cosa no hago aunque sabiendo, y dudando lo sé, que no siempre debemos arrastrar al otro a nuestra plenitud personal. Ah, pero a veces sucede que también el otro está devastado. Despedazado. Y pienso en ese corazón que vaga sobre unas montañas distantes inclinadas a un mar antiguo. Allá en lo alto, cuando estuve en la cabaña de Khalil, sólo veía el azul mediterráneo y la complacencia de los montes. El dolor aún no se había mezclado con el deseo.

Niño viejo me siento cuando amo. Olvido en esa entrega lo mucho que sé. Que no es gran cosa. Las lágrimas que surgen todas son de gratitud. ¿Niño viejo o viejo niño?

Mientras ella va al baño, frágil en su desnudez, es como si una hoguera se apagase a mi lado, en la cama.

Entro en tu casa. El lecho abierto. Y tú entras en la mía. Rejuvenezco.

Tengo un nuevo colchón que deseo probar danzando contigo en esa superficie. He abierto una botella de Oporto de 1968 y me lo voy a beber en dos copas pensando que lo bebes conmigo. Tengo frío y tú sabes bien que sólo me caliento cuando me calientas y sólo ardo cuando te amo… Cuando me meto en la cama busco el nido, ¿dónde estás?, y no puedo aconcharme sino en ti. No hallarte es solamente hallar el cuerpo del frío. Beberé contigo ese Oporto. Aquí están las copas, voy a beber por los dos. Después hablaremos cantaremos danzaremos y más de todo cuando los efluvios del vino se conviertan en presencia real.

A una amiga virgen: Una mujer sin sexo es como una copa sin vino. Es como una noche sin luna. Un mar sin peces, un lago sin ranas (el más amoroso de los animales). Es una concha vacía. Una mujer (o un hombre) sin sexo es un desvío de la Naturaleza. Una casa sin cama. Una cama, una playa sin el calor de dos cuerpos dando gracias al placer de estar vivos. Un ser sin sexo es un bicho auto-sacrificado no se sabe bien en nombre de qué. Felizmente para ti ya te apetece y eso ya es un comienzo. Sólo te falta ofrecer tu lindísima concha a quien la merezca. Disculpa por haberla yo rechazado aquel día, pero yo precisaba de una mayor convicción tuya. Porque el sexo que se ofrece es una dádiva divina, un dios que, en nosotros, irradia ya su luz más personal.

El arte de amar, sin ti, no me sirve para nada.

En el día en que dijiste “voy a dejarte” un cielo de ceniza se me vino encima. Tus palabras, pocas, “voy a dejarte porque ya hemos gastado las palabras y los gestos”. Callé. Después dije palabras confusas. Lloré, mas esta vez tu pecho me negaste. Fuiste como debías ser: fría, exacta, aunque estuvieses tan destruida como yo. Tu cuerpo era la encarnación del desastre, tus ojos un lago cansado de llorar. Y yo no lo veía. Yo no había reparado en ese toro silencioso de la discordia. Había una casa pero ya nada que casar. Dormíamos juntos pero ya no éramos un solo cuerpo. Yo esperaba mejores días pero nada hacía. Asistía inerte al desmoronarse de la casa del amor, al languidecer de los cuerpos, a tus lágrimas un poco más líquidas que las mías. Fueron días mecánicos. No oíamos la música. Y yo pensaba: mañana, tal vez mañana. Tú, no lo sé. “Voy a dejarte”, y la casa me asfixió. El cálido y blando asiento donde estaba sentado súbitamente rígido y helado. Salí a la calle. Caminé en el frío y después me metí en el coche. Corrí por la ciudad y después por los campos, dando vueltas, llorando. Ya no hacíamos el amor, tal vez mañana, tal vez yo era impotente, pensaba. Pero no hacía nada. O hacía muy poco. Acudí a médicos, que me dijeron que esto dependía también del otro. Tú, apagada. Es verdad que nunca fuiste muy ardiente. El sonido cada vez más ronco. Aceleré. Grité. Después aparqué el coche delante de la casa donde fuimos felices. Lloré paciente. Recordaba. De nuestros paseos por el barrio después de cenar. De la tranquila urgencia de amarnos. El cielo se me había caído encima. Y, de pronto, una larga y tardía erección sobrevino.

Ella: amalgama del sueño pero asimismo un espejo que me va a engullir, un péndulo encubriendo una pesadilla.

¿Seré capaz de reconstruir la gravedad religiosa del combate amoroso? La palabra, por muy poética que sea y por muy vehemente que sea, se halla incapaz de reemplazar al rumor íntimo del amor.
-Juro por el mar que te voy a amar siempre.
-Me dijiste que “siempre no existe”.
-Siempre: Mientras que a un mismo tiempo, tú me desees y yo a ti.

El amor. Una música. Una segura música desordenada. Sin pauta. Una música por siempre improvisada.

El centro del mundo eres tú, un poderoso tú que sólo existe en mi cabeza, que está en las nubes (si me aceptas) o se entierra en el suelo (si me desprecias).

Festival de Poesía en Dusseldorf. Me acuerdo de Huda, venida de Emiratos Árabes. Viene con nosotros a un bar, bebe incluso unos sorbos de vino, sonríe como si nunca hubiese usado velo. Y me mira como quien dice: No te olvides nunca de mi mirada.

Dame un poco de fuego que yo te daré un poco de agua. Me decía Myah. Pero el más apretado fuego era ella quien me lo daba.

Eros, ¿un dios? Con saludables pies de barro.