domingo, 28 de noviembre de 2021

Ana Ares: CITY (Madrid hecha materia de lenguaje)

Ana Ares


Lo he dicho mucho y quizá insisto demasiado en ello: La poesía es un acto de habla (esencial y estructuralmente sólo eso; la espacialidad en la poesía escrita es otra cosa); contiene idéntica materia prima, ni más ni menos, que la de la conversación funcional, cotidiana. También es cierto que la poesía manifiesta una notable orientación musical, por el ritmo, por la cadencia, por la rima, pero sucede que la poesía no es música precisamente porque es habla. Lo decía hace unas semanas, en Cuenca, el compositor José Zárate, dentro del marco de la última edición del Festival de Poesía para Náufragos: La música no puede explicar nada, es subjetiva, tan sólo es capaz de insinuar adentrándose en las convenciones; está imposibilitada para aclarar, por ejemplo, el fenómeno de la lluvia, pudiendo sólo sugerirla con soluciones onomatopéyicas, únicamente con sonidos, no con sentido. Sin embargo, la poesía es objetiva porque su lenguaje tiene que entroncar necesariamente con los conceptos, explicativos, aclaratorios. Si mostramos a un aprendiz de poeta esta estrofa para ir entresacando cuestiones propias de la poesía: “En un preciso momento, / durante la noche fría, / me dirigí al camposanto / donde su cuerpo yacía”, en primer lugar consideraremos que el fragmento poético tiene pareja intención de funcionalidad, comunicativa, con lo que -es un ejemplo- el vulgo de Toledo diga: “He estado desayunando en el quiosco Catalino un par de combros y una taza de chocolate, bebiéndome al final un gran vaso de agua para neutralizar la bilis”. El aprendiz claramente aceptará que el habla de la estrofa es especial, pues el parrafito está cortado por versos regulares de ritmo silábico octosílabo, conteniendo, además, una rima consonante, además de una especie de rima -que en rigor no lo es- constituida por la coincidencia de tres letras iguales en el final de los versos 1 y 3: -nto. Procedimientos no utilizados en el coloquio habitual.

De forma que la situación natural, como expresión que es, de la poesía es la de contar algo, con un tono de voz siempre aderezado con énfasis: lacrimoso, metafórico, anafórico, con voz resignada, con voz de loco, etc., etc., etc. El prolífico y senecto (sabio) poeta Arcadio Pardo -que falleció una semana después de intervenir en el mencionado Festival de Poesía para Náufragos- sostenía que los poetas siempre han de revelar la verdad en sus poemas. ¿Escribe la verdad Arcadio Pardo cuando en uno de sus poemas dice que está muerto, estando vivo? Indudablemente, porque ese morirse él mismo en el poema es una verdad poética. Hay poetas que se ciñen, en su arte poética, a la verdad cotidiana, impecable, correcta, convencional, por muy bellamente que esté construida. Hay otros, y son los que suscitan mayor interés, los cuales esa realidad, que en principio se manifiesta como una realidad no poética, la deforman con una serie de atractivas figuras lingüísticas, creando así una suprarrealidad que está posibilitada con recursos superiores al mundo. Y el mundo sólo consiste en esa verdad o realidad repetitiva y consuetudinaria; suprarrealidad que, como Wittgenstein dictaminó, supera al mundo con creces, pues se arma de fecunda imaginación que mejora la realidad cotidiana. Entre estos últimos poetas se encuentra la poeta Ana Ares (Valencia, 1971), que dota en todo momento su poesía de una tonalidad verbal muy fluida. Su último libro, City (Ediciones Vitruvio), nació justamente en el principio de la pandemia; al relajarse las restricciones, después de la obligada modorra, comenzó a divulgarse con éxito. City muestra una melodiosa y encendida retórica ciertamente admirable.


El poemario está ofrendado a Madrid, referido especialmente al momento en el que Ana Ares la amó intensamente cuando se instaló en la capital proveniente de una ciudad que ella apreció anodina: Albacete. Vio poblada Madrid de elementos estáticos, “margaritas, amapolas, basura”, y dinámicos, “coches con amantes”. Ahormó un vigoroso canto partiendo de lo urbano más mísero, como la prostitución en el polígono Marconi, dotándolo de una visión impresionista de la noche, válida como introducción a toda noche:

“Hay lúbricas señales de advertencia
en el advenimiento de la noche.”

La trova dedicada a la ciudad realizada por Ana Ares discurre por una entera lucidez (“Yo miento sobre ti porque te amo”) que dispone a la urbe como certera y sobrecogedora estampa, fiel a una apreciación que rebosa justeza en la correspondencia del verismo de Madrid con la fuerza de la palabra poética:

“Por un tiempo, Madrid no me dio espejos.

Vomitó junto a mí
el alcohol nauseabundo de la claudicación
como el mejor amigo.
Asintió mansamente a mis mentiras.

Me cobijó en los mismos
parques que devoramos
y me prestó su carne por la tuya.

Dosificó las drogas
-oh, mater amantisima-.

Abrió a mi llanto los cines de verano.

Sembró la sordidez de azules flores
con raíces de vidrio en las aceras.

Pero seguían
            creciendo para ti.”

Hay excelsas figuras poblando el rico contenido de City. Más arriba habíamos considerado, apoyándonos en Arcadio Pardo, que la poesía estaba obligada a decir la verdad, una verdad que siempre deba ser poética. A veces la poesía se expresa con la ironía de una hipotética verdad; y esa expresión surge con visos de resultar siempre triunfante:

“Cuando quiera morirme pediré
una habitación limpia, con sus vistas al mar.
Brindaré al sol con algo espumoso del chino
y dejaré una nota
colgada de la puerta
que diga Don’t disturb.”

El futuro(“pediré”, “brindaré”, “dejaré”, “quiera”, “diga”) es en todo momento un recio presente que sirve a esa hipotética verdad con un fin irónico en un decir difuso. Declaraba Fernando Pessoa: “La esencia de la ironía consiste en no poder descubrirse el segundo sentido del texto por ninguna de sus palabras, deduciéndose, sin embargo, ese segundo sentido del hecho de ser imposible que el texto deba decir aquello que dice.” Esa duda es certeza poética. La gran virtud de la poesía consiste en que es intemporal, capaz de reunir en una sola cláusula diversos tiempos verbales en unión de claras constancias (“una habitación limpia, con sus vistas al mar”). El magno ejemplo de César Vallejo: “Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo.” Pareado conjugando tres nociones temporales (“moriré”, “tengo”, “recuerdo”), altamente profético, pues Vallejo iría en verdad a morir en París con lluvia torrencial.

En City hallamos sintagmas en los que la adjetivación y la adyacencia al núcleo están logrados de un modo muy original. Ejemplos: “aguado estigma de ginebra y deshielo”, “nobleza en plata y celofán [vomitan las farolas]”, “líquida intención [de un gato]”... Y el libro con empeño exhibe una contraimagen dinámica del estatismo de la ciudad, manifestando con vigor la viveza de la poesía: “eran los bulevares / ceniza todavía debajo de mis pies, / que volvía a amar”. La inamovible población, gracias al nervio poético animado por Ana Ares, se personifica, penetra en el conocimiento, intensificando la metáfora; mezcla las causas y las consecuencias con que el relato se enriquece, logrando, al cabo, un subjetivismo iluminador de los preciados argumentos:

“Lágrimas cartón piedra resbalan por la tinta
de mi lunar de ojiva,
y hay mareas de tizne en el carmín.

Me acompañan las luces que se apagan,
los seres que me pueblan,
un pensamiento oscuro.”


Participantes en el Festival de Poesía para Náufragos. Cuenca, Iglesia de San Miguel, II edición, 2013. En la fila de abajo, los primeros por la izquierda, Ana Ares y Amador Palacios



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